LE SALVÓ LA VIDA A UNA TORTUGA, GRACIELA COTES PAGÓ POR LA LIBERTAD DE TORTUGA MARINA




Por Ingrid Gámez
Graciela Cotes Arpushana, una indígena wayuu, piensa muy diferente a gran parte de sus paisanos respecto a las conductas de preservación de las especies de fauna y flora endémicas y otras que tienen a La Guajira como estación de paso o reproducción. En sus 41 años nunca había probado la tortuga, ese plato exquisito que se vende en las calles y en los negocios del Departamento de La Guajira y que ha puesto en peligro crítico a esta especie.
La insistencia de su esposo para que lo hiciera hace unos meses, la tentó, y aunque solo probó un bocado que no pasó por su garganta, ella considera que esta especie no se debe comer y hay que conservarla.



Esta indígena toda su vida ha trabajado el turismo en su tierra y es precisamente en estos andares en donde graciela le cogió amor a las tortugas. "En Camarones cuando llevábamos a los turistas al santuario, ahí se veían lindas".

La historia que se relata a continuación ocurrió en la comunidad Popoya (Manaure), lugar que Graciela visita con frecuencia para atender la construcción de un restaurante que quiere colocar allí. En uno de sus viajes advirtió la presencia de varios miembros de la etnia, quienes le manifestaron que se dirigían a la playa a recoger una tortuga. Ella dice que fueron cosas de Dios, iba en su carro y decidió llevarlos para indagar qué pasaba en la playa. "Yo me ofrecí a acompañarlos. Al llegar al lugar me di cuenta que a esas tortugas las iban a vender para luego comercializar su carne, algo que me parece terrible. Ellas estaban amarradas con una cuerda verde y bocarriba, traté
de convencerlos para que las soltaran, sin resultados favorables.

La más grande costaba 250.000 pesos y la más pequeña $150.000, pero lo único que tenía para salvarle la vida eran 138.000 pesos incluidas unas monedas. "Vacié mi mochila buscando salvarles la vida", dijo.

Fue así como comenzó esta aventura con tortuga a bordo, se llevó la más pequeña, una tortuga verde de ocho años, para su casa, con la promesa de llevar el faltante al día siguiente para completar los 150.000 pesos que le pedían y fue así como logró salvarle la vida a Yomira, la tortuga verde que cautivó su corazón y de esta manera logró romper el paradigma de que si se compra una tortuga es para hacer un buen plato acompañado de arepa.
YOMIRA EN CASA DE GRACIELA

A Graciela se le eriza la piel y en su rostro se ve la felicidad por todo lo vivido en su casa en el barrio La Loma, en Riohacha. "No salimos para ninguna parte, ese día fue un domingo. Le puse Yomira en honor a una sobrina que se llama así, quien tiene los ojos muy bonitos. Los niños en mi barrio eran felices viendo una tortuga, la metimos en una tina y aunque no había agua, la buscamos en cualquier lado para el bienestar de ella. Esos momentos en que la tuve en mis manos fueron únicos, la piel cuando la cargué así tan suave, tan limpia, tan delicada; era como si ella me hubiese dicho que la salvara, así lo sentí", expresó.
Al día siguiente, Graciela Cotes llegó a Corpoguajira y habló con el médico veterinario Gerardo González, que inmediatamente evaluó las condiciones físicas del animal para hacer su posterior liberación.
MOMENTOS DE LA LIBERACIÓN

Nos trasladamos con el funcionario de Corpoguajira a Popoya, "Si tu hubieras visto eso a ti se te paran los pelos", cuenta Graciela. Yomira sintió el olor del mar, comenzó a moverse en el carro, movía sus aletas y cuando la bajamos y la colocamos en la arena ella comenzó a querer correr rápido, cuando llego a la orilla cogió el vuelo, se veía la felicidad de esa tortuga, yo la sobé antes de irse y le dije muchas cosas que para qué mencionar".
EN PROBLEMAS POR YOMIRA
Yomira fue enviada al mar con una placa, la 0944. "Es como un registro civil que ya tiene y por eso digo que ahora yo tengo tres hijos y Yomira, la tortuga verde es la menor", dice Graciela, feliz y con la misión cumplida de haber salvado una vida.

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